El hombre posee un deseo infinito y un cuerpo finito. Lo finito no puede contener a lo infinito. Formar una familia, desarrollar un proyecto, ser parte de un pueblo, una tradición, etc. son las formas en que el hombre concretiza ese impulso y se proyecta más allá de lo inmediato, a una dimensión atemporal y aespacial.
Toda civilización surgió de a partir de ese impulso esencial, pero cuando lo inmediato, el egoísmo, eclipsa lo trascendente la espiritualidad se burocratiza y surge la religión. El vocablo religión proviene del latín re-ligare y significa volver a ligar aquello que ha sido desconectado. Este concepto no aparece en los textos de la tradición hebrea ni en nuestra tradición oral hasta la Edad Media.
No hay nada que nos pueda unir a la Divinidad, ya que cada uno de nosotros somos la divinidad viviendo una experiencia humana. Por lo tanto nuestra gran labor, es la de redescubrirnos y volver a nuestra esencia y vivir de acuerdo a ello, para eso no necesitamos ninguna religión, ningún dogma y mucho menos seguir una tradición cultural.